por José G. Martínez Fernández.
Estamos acostumbrados a que la cultura chilena sea un acto muy dependiente de los aparatos estatales.
Seguramente lo ha de ser en muchos países subdesarrollados, pero yo hablo de lo más cercano que conozco.
En el Ministerio de Cultura (¿merecerá el nombre?) de Chile, se está investigando la desaparición de cuatro millones de dólares.
¿Cuántas otras platas habrán quedado en el camino?
Llaman a concursar a todo aquel que crea que su obra merezca ser apoyada por el Estado.
Artes plásticas, escénicas, literarias, etc.
Hablaré de lo que conozco mejor. Lo literario.
En Chile se ha premiado varias veces a los mismos novatos y viejos escritores, que, por su “obra”, también parecen novatos.
Pero la singularidad del hecho no radica allí, sino que en lo entregado al creador no cumple su meta.
Veamos un ejemplo.
Un escritor recibe cinco millones de pesos (diez mil dólares) por hacer dos cosas: dedicarse a trabajar en el libro y editarlo.
De esos cinco millones el autor ha dicho que su trabajo vale un 50% y la edición del libro el otro 50%.
Y el costo de la edición del libro no pasa del 30%.
Es decir: El escritor no se conforma con que le paguen la edición del libro, sino que se “escamotea” otro billete más.
El escritor novato quiere hacerse el sueldo de un año con el trabajo que le requiere, a veces, no más de un mes.
Y aún no conforme con ello pone a la venta el libro a elevado precio, como si su producto creativo tuviese la calidad de la obra de un Roberto Bolaño, de un José Donoso o de una Isabel Allende, para hablar sólo de los grandes escritores chilenos.
Ese es el juego que permite el aparato cultural del gobierno chileno actual y que se ha producido durante todo el período demo-burgués.
Y siguiendo con los gastaderos poco decorosos, tenemos los “encuentros literarios” que se han hecho constantes y donde el Estado chileno, otra vez concurre con su milagrosa ayuda económica: (producto de los impuestos de todos los chilenos) pago de pasajes, estadías, comidas…a escritores que apenas alcanzan a serlo y muchos de los cuales, estoy seguro, entrarán en la capilla del olvido en pocos años.
El último gracioso acto de este tipo se ha producido en la ciudad de Antofagasta. Una ciudad con gusto a tufillo de pudrición, a queso putrefacto, a malos olores de mar.
Una pobre ciudad que, hasta hace un siglo y medio, pertenecía a Bolivia.
Al encuentro religioso, perdón: al encuentro literario, han asistido los mismos de siempre. Esto ya parece circo. Payasos de muy poco vuelo, exceptuando a dos o tres.
Así es Chile en cultura. Una caja muerta. Asisten al funeral una camarilla de elegidos reiterados, de viejitos y jovencitos sin mucho talante (sí, he dicho talante), que van a ser vistos y escuchados por pocas personas.
Al final qué importa. Todos los chilenos pagamos para que los bárbaros de las letras puedan darse unos días de costa –aunque sea sucia- y unas comilonas.
¿Literatura? De eso poco, muy poco.
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