viernes, 17 de junio de 2011

WILLIAM BLAKE POETA PINTOR MISTICO Y VISIONARIO

Por VÍCTOR MANUEL GUZMÁN


Sin lugar a dudas, el británico William Blake ha pasado a la historia como uno de los artistas más excepcionales y singulares de los últimos siglos. Blake fue uno de esos personajes adelantados a su tiempo, incomprendidos y despreciados por la mayoría de sus contemporáneos, a pesar de la indudable calidad artística de sus poemas y grabados. Fue considerado un personaje excéntrico, y no tuvo la oportunidad de disfrutar del éxito y el reconocimiento de su arte, lo que le llevó siempre a vivir en el umbral de la pobreza.




Blake constituye un magnífico ejemplo de cómo las creencias esotéricas suponen, en ocasiones, una influencia determinante en la creación artística de un genio. En este sentido, el brillante artista británico encarna lo que podríamos llamar el prototipo de «artista-mago», pues no en vano sus visiones sobrenaturales, sus peculiares creencias religiosas y su interés por la mitología y el ocultismo, posibilitaron que hoy podamos disfrutar de algunas de las obras más hermosas, sugerentes e inquietantes de toda la historia del arte.




Un niño tocado por lo sobrenatural




Nació en 1757, siendo el segundo de cinco hijos, aunque su hermano mayor falleció cuando él era aún muy niño. El pequeño Blake creció en una familia de clase media, y ya desde sus primeros años de vida se vio influido por creencias un tanto singulares. Su madre, Catherine Wright, había estado casada anteriormente, y tanto ella como su primer marido habían profesado la fe de la Moravian Church (Iglesia o Hermandad de Moravia), una secta cristiana que tenía sus raíces en las doctrinas religiosas de Jan Hus, un sacerdote del siglo XIV, auténtico precursor del protestantismo, que reivindicaba un retorno al cristianismo primitivo y que criticó duramente a la Iglesia romana, lo que provocó su condena y ejecución en la hoguera por hereje. Cuando el primer marido de su madre falleció, ella abandonó la Iglesia de Moravia, pero indudablemente la pertenencia temporal a dicha secta tuvo que dejar su huella de alguna manera.




De hecho, cuando ya estaba casada con James Blake, el padre de William, ambos se integraron en otro grupo religioso minoritario, una secta conocida como los Dissenters (Disidentes), que rechazaba la autoridad de la Iglesia anglicana. Estas particulares creencias de sus progenitores debieron marcar, sin duda, los primeros años de la vida de Blake, continuamente en contacto con las Sagradas Escrituras y con una visión particular de las mismas.




Tampoco tardaron mucho en hacer acto de presencia las visiones sobrenaturales que le acompañarían el resto de su vida y que tanto influirían en su producción artística. Según sus biógrafos, la primera de estas visiones se produjo cuando William tenía sólo ocho o nueve años. Mientras paseaba por Peckham Rye, el futuro artista vio ante sus ojos «un árbol repleto de ángeles, con cada una de sus ramas adornada por hermosos destellos como estrellas». El pequeño corrió a casa para contarlo, creyendo que sus padres se alegrarían de que su hijo hubiera sido bendecido con un don semejante, pero su padre no lo vio así, y a punto estuvo de propinarle una paliza si no hubiera sido por la intervención de su madre.




Pero a pesar de este pequeño incidente y de las profundas convicciones religiosas de sus progenitores, éstos poseían un carácter liberal. Así, al ver las extraordinarias y precoces aptitudes artísticas de su hijo, le ayudaron y alentaron para que siguiera desarrollándolas. Tampoco en este sentido fue Blake un niño normal. En lugar de acudir a la escuela como el resto de los niños de su edad, sus padres decidieron que lo mejor para él era que recibiera la educación en su casa, con su madre, teniendo en cuenta su «peculiar» personalidad. A pesar de esta falta de formación convencional, Blake tenía grandes inquietudes intelectuales y unas enormes ansias de aprender. De hecho, el futuro artista devoraba un libro tras otro, aunque siempre sobre temas que eran de su agrado.




Como complemento a esta formación casi autodidacta, su padre decidió inscribirlo en clases de dibujo, de forma que pudiera desarrollar su talento como dibujante. Allí comenzó a copiar láminas de templos y esculturas clásicas. Además, cuando la exigua situación económica de la familia lo permitía, su padre le compraba reproducciones de artistas del Renacimiento como Rafael, Durero o Miguel Ángel, artista este último que influyó de forma notable en sus representaciones anatómicas del cuerpo humano. Con sólo catorce años, William dio un paso más en su incipiente carrera artística. Entró a formar parte, como aprendiz, del taller de James Basire, un grabador londinense, con quien aprendió las técnicas tradicionales de esta técnica. Dos años más tarde, con dieciséis años, Blake realizó su primera obra de cierta relevancia, en la que se aprecian ya algunas de las características que habrían de caracterizarle el resto de su vida: un marcado simbolismo y la plasmación de una temática religiosa, pero con tintes legendarios y místicos. Cuando Blake ya dominaba los rudimentos de la técnica del grabado, su maestro Basire le encargó la realización de dibujos preparatorios de iglesias góticas de la ciudad, por lo que el joven pasó mucho tiempo elaborando diseños de esculturas y relieves medievales. Fue así como comenzó a frecuentar los alrededores de la abadía de Westminster, escenario de otra de sus visiones sobrenaturales. Según su propio relato, en aquella ocasión pudo contemplar una «numerosa procesión de monjes, acompañados de una bella música coral.




Aunque los historiadores del arte no se atreven a afirmarlo con rotundidad, es muy posible que algunos de los grabados de Blake como aprendiz sirvieran para ilustrar la obra del historiador y experto en mitología Jacob Bryant. En concreto para su libro A new system or an Analysis of Ancient Mithology (Un nuevo sistema o un análisis de mitología antigua). En este trabajo el historiador defendía una tesis bastante extendida en su época, según la cual el monoteísmo existente en el Antiguo Testamento acabó derivando en un politeísmo relacionado con la adoración al Sol después del Diluvio Universal, de modo que todos los héroes y dioses paganos procedían de esta adoración al astro rey. Con seguridad, el trabajo de Bryant influyó en las creencias de Blake, puesto que años más tarde, en 1809, el artista defendió la autoridad del historiador en este sentido.




Ocho años después de su ingreso como aprendiz en el taller de Basire, en 1779, Blake consiguió una plaza en la Royal Academy. Afortunadamente para los escasos recursosfamiliares, no tenía que abonar ninguna cuota, aunque sí debía costearse los materiales que tenía que utilizar. Fue allí, en la Royal Academy, donde mostró otra de sus particulares facetas, la de su espíritu rebelde y contestatario. Allí no dudó en enfrentarse y criticar duramente al presidente de la Academia, Joshua Reynolds. Este era un enconado defensor de la obra de pintores como Rubens, cuyo estilo estaba de moda en ese momento. Frente a este tipo de arte, Blake reivindicaba las obras de sus admirados pintores renacentistas, como Rafael y Miguel Ángel. Además, incluía entre sus influencias a artistas como John Henry Fuseli, a quien vimos hace unos días. Sin embargo, la rebeldía de Blake no se limitaba al ámbito artístico, sino que dio sobradas muestras de poseer un pensamiento progresista y revolucionario. Blake era un defensor de la Revolución Francesa —aunque más tarde quedó decepcionado con los derroteros que terminó adquiriendo—, en cuyos fines tenía puestas muchas esperanzas, e igualmente simpatizaba con la causa de las colonias americanas que buscaban la independencia de Inglaterra. Sus ideas políticas —que como veremos luego resultan indisolubles de sus particulares creencias religiosas— le causaron más de un problema. En cierta ocasión criticó duramente al rey de Inglaterra, lo que le costó una investigación y una acusación por alta traición contra la Corona, aunque finalmente resultó absuelto de los cargos.




Blake dio muestras también de un pensamiento muy avanzado para su época en cuanto a ciertas libertades y derechos sociales. Así, por ejemplo, el artista despreciaba la discriminación sexual, y durante toda su vida —y en parte de su obra— peleó por conseguir la igualdad de la mujer y su derecho a liberarse del yugo que suponía el matrimonio tradicional sin amor, defendiendo igualmente su derecho a la liberación sexual. En 1793 William publicó su poema Visions of the daughters of Albion (Visiones de las hijas de Albión), en el que criticaba duramente la «absurda crueldad de la castidad y el matrimonio de conveniencia, defendiendo el derecho de la mujer a su autorrealización». Además de esta faceta de defensa del género femenino, el artista estaba radicalmente en contra de la esclavitud. Todas estas ideas procedían en buena medida —y se vieron alimentadas— por su relación con numerosos personajes contestatarios de la época, algunos de los cuales compartieron inquietudes y amistad con él.

En 1782 Blake conoció al escultor John Flaxman, con quien trabajaría en varios proyectos importyqantes para el desarrollo del arte europeo. Ese mismo año, y tras un desengaño amoroso, William conoció también a Catherine Boucher, la que terminaría convirtiéndose en su fiel compañera y esposa hasta el fin de sus días. Cuando se casaron, Catherine era prácticamente analfabeta, pero Blake le enseñó a leer y escribir, y años más tarde demostró ser una excelente ayudante, coloreando los grabados de su marido y participando con él en su brillante creación artística. Sabemos, por ejemplo, que fue ella quien en muchas ocasiones decoraba con su caligrafía los poemas que escribía su esposo, que iban acompañados de sus hermosos e inquietantes grabados a color.




Durante todos estos años, las sobrenaturales visiones de Blake, lejos de desaparecer, fueron aumentando en fuerza y frecuencia. Estas experiencias, que podríamos calificar de místicas o paranormales, no se reducían a visiones espirituales, sino que le servían de inspiración y ayuda en la creación artística. En 1787, por ejemplo, comenzó a utilizar una nueva técnica de impresión, creada por él, que según su propio testimonio le había sido revelada durante una visión en la que se le apareció el espíritu de su hermano Robert, quien había fallecido siendo él un niño.




Como digo, estas visiones eran algo habitual en su vida, y tanto su mujer como algunos de sus amigos más cercanos estaban acostumbrados a lo que, para el resto de la gente, no eran sino excentricidades de un artista extraño y desequilibrado. En cierta ocasión un amigo acudió a visitarlo a su casa y lo encontró en su habitación de trabajo con semblante serio y concentrado, sumido en un absoluto silencio. Su amigo le habló y Blake le contestó susurrando: «No me molestes, tengo a alguien posando.» Su amigo le respondió que él no veía a nadie, y el artista le replicó: «Pero yo sí le veo. Es Lot. Puedes leer sobre él en las Escrituras. Está posando para su retrato».




Por lo que sabemos a través de sus biógrafos, los relatos de su esposa y sus propios textos, Lot no fue el único visitante del «más allá» que posó para sus obras. Fueron muchos los «espíritus» que participaron de esta forma en su creación artística. Entre los personajes que se le aparecían frecuentemente se encontraban algunos pintores afamados, en especial artistas que él admiraba y a los que invocaba para pedir su ayuda y consejo. También abundaban las visiones de cortes angélicas.

Uno de los especialistas que más a fondo ha estudiado la obra de Blake, David Erdman, describe una de las visiones protagonizadas por Blake cuando tenía más de cincuenta años, en la que contempló durante el amanecer «una innumerable procesión de huestes celestiales que proclamaban a su paso: 'Santo, Santo, Santo es el Señor Dios Todopoderoso'».




Pero sería un error considerar únicamente la obra pictórica y literaria de Blake en función de estas increíbles visiones que sólo él era capaz de presenciar. En realidad, Blake estuvo profundamente influido por diversas doctrinas esotéricas que plasmó de formar inigualable en sus obras donde se evidencian también un profundo conocimiento de la tradición alquímica y, posiblemente, de determinadas doctrinas masónicas.




Otra de las creaciones de Blake que nos interesan son los llamados «libros proféticos», una serie de trabajos poéticos de difícil interpretación en los que dio rienda suelta a una mitología ideada por él mismo, en la que se aprecia una indudable influencia bíblica, pero también de otras de sus creencias esotéricas y, por supuesto, de sus visiones sobrenaturales.




El fin de un genio




En agosto de 1827, sumido en la pobreza, William Blake se encontraba ya en su lecho de muerte. Aun así siguió trabajando hasta el último día de su vida. Según sus biógrafos y sus amigos, el día de su muerte William había estado trabajando incesantemente en sus grabados para la Divina Comedia de Dante. Su mujer Catherine permanecía sentada junto a él, con el rostro arrasado por las lágrimas. En cierto momento Blake se detuvo y, dirigiéndose a su esposa, le dijo: «Quédate quieta, Kate. Tan sólo quédate así. Dibujaré tu retrato, por haber sido siempre un ángel para mí.» Tras completar el retrato, Blake se reclinó en la cama y comenzó a cantar himnos y a recitar versos extraños. A las seis de la tarde, tras prometer a su esposa que estaría siempre junto a ella, Blake falleció.

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